EN MEMORIA DE TU AMOR

EN MEMORIA DE TU AMOR
SIEMPRE EN MI CORAZÓN

NO SE COMO CAISTE ACA



sábado, septiembre 29, 2007

Brutalmente salvaje te quiero




No, no quiero un lecho de pétalos de rosas,
ni suave brisa acariciándome
tampoco suave trinar de pájaros.
Ni quiero mar sin oleaje
ni noche azul estrellada.

Quiero las espinas de tus manos desgarrando mi piel
en sábanas azules, océano revuelto de satín.
Quiero el huracán impetuoso de tus besos
desprendidos de filosos marfiles hundidos en mi carne.

Quiero el rugir de la bestia en cada espasmo
cabalgando en mi grupa.
Quiero la embestida de la ola descontrolada
contra el acantilado.
Quiero el volcán encendido de mi sexo
escupiendo su lava ígnea.

Azótame con tu respiro,
amordázame de caricias,
venda mis ojos con tus besos,
átame a tu poste firme y erecto,
te quiero sin piedad…sin redención…
envuelta en pecado piérdeme en la oscuridad profunda
de la noche sin luna ni estrellas.
Vos y yo en pleno eclipse.

Condenados al cadalso o al infierno
brutalmente salvaje te quiero,
posesos de esta lujuria demencial gobernándonos,
haz de mí, incontrolable tsunami arrasándote.



Angela Teresa Grigera
Imagen tomada de la red


miércoles, septiembre 19, 2007

LA OFRENDA




Como mariposas enloquecidas sus besos se desperdigaban por su cuerpo despertando instintos que ardían a flor de piel. La sabiduría de sus dedos escribían plegarias en la tabla de su espalda, mientras ella solo respiraba su aliento que en bocanadas calientes llegaba hasta su moreno rostro.
Siguiendo la pendiente pronunciada de su largo cuello una senda de dulce saliva terminaba en la cima de sus senos donde dos preciosos botones esperaban el perfecto ojal de su boca carnosa. Se entregó sin reparos. Las manos, la boca, la lengua de él eran un ejército conquistando cada centímetro de su territorio, colinas, ríos, praderas, su mar y sus cavernas. Se rindió sin protesta alguna, dócil, sumisa, esclava de sus sentidos acató en silencio sus órdenes.
Roja amapola desangrándose, su boca abierta y húmeda exhalando suspiros enlazados con gemidos. Relámpagos cruzaban su espina y su cintura se cimbraba en cada azote de corriente, mientras su piel tejía rosarios con perlas de sudor.
Los ojos enrojecidos de lujuria de él aprendían de memoria cada centímetro de territorio dominado, cada rincón, cada hendija, cada abrevadero. De pronto penetraban sus ojos negros como la noche, abiertos, destellantes, con ese brillo especial que solo da la luz que brota del alma, engarzados en oscuras pestañas lo miraban con sumisión y a la vez placer, cuando ella los entrecerraba para agudizar sus sentidos, esas brazas de fuego se detenían en las lunas anochecidas de sus senos, erguidos, duros, perfectos, dos frutos maduros y perlados de rocío que se ofrecían a su boca ávida. Hambriento y sediento hundía el marfil de sus dientes con suavidad y chupaba como un niño, con dulzura por momentos, con un dejo de violencia sutil otra.
Sus manos recorrían maestras el cordaje de sus sentidos y la melodía que sacaba de ella era perfecta. Sus muslos firmes y torneados eran dos columnas de ébano por las que debía pasar antes de entrar al santuario donde depositaria la ofrenda después del sacrificio. El templo estaba frente a sus ojos, la doncella preparada, su puñal de obsidiana penetró la carne virgen, la oscura flor abierta se deshizo en dulce fluido rojo mezclándose con el níveo y espumoso licor de la ofrenda.
Un grito salvaje emanado de lo más profundo del alma se fundió con el gemir jadeante de ella. Una nube negra ensortijada se desparramó sobre la almohada, su cuerpo recién iniciado en los ritos del amor se desplomó relajado.
Él salió del templo exhausto, sus ojos no perdían la lascivia, insaciable preparó su puñal para hundirlo nuevamente en la carne desflorada; ella abrió los ojos y solo con una mirada rogó, suplicó que volviera a hacerlo.



ANGELA TERESA GRIGERA
Imagen tomada de la red




lunes, septiembre 10, 2007

LA SANGRE ME IMPRESIONABA






"El necesitaba que le escribiera con sangre su cuerpo, con la sangre que bullía loca por mis venas cada vez que lo tenía cerca. Que le escribiera en sus labios palabras sensuales con mi lengua húmeda de mieles y menta.
Necesitaba que mis dedos dibujaran en su espalda rosas embriagadas de sudor cuando su cuerpo se quebraba sobre mis senos erguidos en busca de su boca jugosa y ávida de las corolas de mis pezones doloridos del deseo que me provocaba su piel.
El necesitaba embriagarse del olor de nuestros cuerpos crepitando en la hoguera de la lujuria que nos desvelaba en largas noches de amor desbocado, como potros salvajes.
Sus manos eran artífices perfectos, era un concertista eximio que arrancaba las notas más exquisitas de mi cuerpo convertido en su caja de resonancia.
Volaban palomas desde mis venas a mi corazón encerrado en la cárcel de mis costillas, que no permitían que en vuelo insuperable se escapara de mi pecho, cada vez que con suave y rítmico moviendo entraba en mi cuerpo codicioso de poseerlo.
El necesitaba de mí respiración insuflándole vida, aliento, cuando su jadeo me indicaba que estaba llegando al máximo de su goce, casi al paraíso, y sus ojos destellaban el placer que sentía.
Mis manos diagramaban en sus caderas el vuelo que lo llevaba al nido de mi pelvis donde caía agotado suavemente para dormitar en mi pecho agitado que acunaba su rostro pleno de satisfacción.
Me necesitaba como el pan el hambriento, o la misericordia el mendigo, moría y renacía en las orillas de mis muslos, bebía mi humedad como lo hace el sediento con un vaso de agua hasta saciarse y se convertía en esclavo de mis fantasías que gozaba febrilmente, delirando como loco.
Nunca nadie había despertado en mi esa necesidad de complacer el cuerpo hasta más allá de lo posible como ese hombre que me convertía en diosa y esclava y él a su vez se transmutaba en ángel y demonio, subiéndome al cielo en sus brazos y hundiéndome en el infierno mas cruel cuando se despegaba de mi cuerpo que sentía el dolor inmenso de su alejamiento, como si fuera un árbol al que lo desgajan, porque eso parecía él en mí, un apéndice de mi cuerpo, una rama de mi tronco.
Él necesitaba que le escribiera con sangre en su cuerpo de almendra madura que lo amaba, que lo necesitaba, y en su obsesión suplicaba con besos que arrancaba de mi boca a veces mordiendo mis labios, con caricias que vestían mi piel de temblores, rogaba dibujando con su boca, sus dedos, su lengua, paisajes en mi vientre con nubes azules, cielos rosas en mi espalda, creaba manantiales en la cascada de mi pelvis y hallaba la perla del goce perfecto en su búsqueda insaciable por regalarme el mar infinito del placer
Pero nunca pude escribir con sangre, porque mi técnica era deslizarme suavemente por su cuerpo, caminar por sus planicies con la delicadeza del vuelo de las mariposas, cubrirlo de placer sin dañarlo, elevarlo a la cumbre del goce embriagándolo con el perfume de mi piel, enredándolo en la suavidad de mi cabello, extasiándolo con caricias de seda.
Solo podían mis ojos gritar que lo amaban, mis labios susurrárselo mientras besaban su cuello y jugaban con el lóbulo de su oreja, mientras caían mis besos como guirnaldas por su torso perlado de sal, pero no le bastaba, no entendía, mi hombre, no comprendió nunca que la sangre me impresionaba.

Angela Teresa Grigera
Imagen tomada de internet




sábado, septiembre 01, 2007

Una copa de vino, la lluvia y tú



Una copa de vino, la lluvia y tú
me vuelven loca.
Tus labios tibios sobre mi piel
arden en fuego y cual papel
me desintegro bajo tu boca.

Melodía dulce…otoñal
toca la lluvia sobre el cristal,
el vino aleja toda razón
y en rojas alas de la pasión
desvarío contigo y me trastocas.

Una copa de vino, la lluvia y tú
solo provocan
cruzar tu cuerpo de norte a sur
y entre tus muslos ser mariposa.

Danza mi lengua sobre tu piel
y me alucina
jadeante te internas dentro de mí
y me dominas

Una copa de vino, la lluvia y tú
me vuelven loca,
y desquiciada bebo hasta el fin
la dulce esencia que tú derramas
sobre mi boca

Angela Teresa Grigera
Imagen tomada de Google.com