
Todos sus besos fueron amargos clavos de marfil lastimando mis labios, perforándolos hasta sangrarlos y desangrarlos lentamente dejándolos secos, resquebrajados como tierra sedienta. Cada uno de sus besos húmedos, fueron ácido vertido lentamente, desintegrando mi lengua hasta quedar muda.
Cuando se secó mi boca y quedó en mi rostro una mueca patética, sus manos acariciaron los restos de mis labios, una piel morada hecha añicos se desprendió en pequeñas escamas y quedaron adheridas a la yema de sus dedos. Llevó sus dedos a la boca y comenzó a lamerlos vorazmente saboreando hasta la última gota dulce que le ofrecí antes de hundir mis dientes en su corazón convertido en hielo y comérmelo a pedazos, mientras las astillas frías helaban mi sangre.
Desde entonces nunca jamás volví a sentir sabor dulce en mi boca, desde entonces solo una triste mueca simula una sonrisa detrás de unos labios ajados, secos y por mis venas corre un río frío e incoloro, es por eso que mis labios se ven tan lívidos, mi corazón casi no late por lo que a veces no sé si estoy viva o muerta.
De él, solo sé que sin corazón deambula en la oscuridad, me han dicho que lo han visto lamiéndose las yemas de los dedos como un desquiciado y que de sus pestañas cuelgan lágrimas azules. Pero no creo en las fantasías de la gente, él nunca supo lo que era una lágrima, es más jamás creyó en mi llanto, lo que sí creo es cuando dicen que en su costado izquierdo hay un hueco, ese vacío pertenece a su corazón y ese corre por mis venas convertido en un líquido gélido y transparente que pone lívidos mis labios.
Angela Teresa Grigera
La imagen es tomada de internet